Richard Dawkins y el Espejismo de Dios. La religión como pseudociencia (1 de 3)



Recientmete he estado leyendo El Espejismo de Dios, de Richard Dawkins. Quien disfrutara leyendo El gen egoísta, del mismo autor, probablemente no quedará defraudado. En El espejismo de Dios, Dawkins se propone lo siguiente: tomarse la hipótesis de Dios en serio.
La hipótesis de Dios es la creencia en la existencia de un Dios personal, que se interesa por los hombres, que es omnisciente, que nos ama, que nos juzgará, etc.
Incluso en las situaciones más cotidianas, solemos usar el pensamiento crítico y pensamos de quien no lo hace, que es un necio. Así, si entramos a un banco y nos dicen que van a darnos 10.000 euros para que los devolvamos en cómodos plazos, podemos considerarnos completamente idiotas si no preguntamos a qué interés nos prestarán ese dinero. Si me reparan el coche en un taller, pediré una factura para asegurarme que podré reclamar en caso de que la reparación resulte no ser satisfactoria, etc. Este tipo de precauciones son normales, de hecho no tenerlas puede considerarse negligente.



Sin embargo, mientras que el común de los mortales es sumamente quisquilloso para este tipo de comercios cotidianos, cuando se trata de encomendar la vida entera a una religión, uno se conforma con lo de toda la vida sin el menor examen crítico. Si antes de comprarme unos zapatos compruebo que no me harán daño, ¿por qué no examinamos con el mismo rigor las creencias religiosas, cuya influencia en la vida seguramente será mayor que la de unos zapatos o una reparación? Esto es lo que se propone Dawkins.
La religión, por lo tanto, no debe estar exenta de crítica y examen. El argumento de Dawkins es que la hipótesis de Dios no resiste esta crítica. En realidad Dawkins reconoce que desde la ciencia no puede probar de un modo definitivo que Dios no existe. Esto no es en realidad ninguna debilidad de la ciencia, sino precisamente esta actitud prudente es lo que hace del método científico la mejor forma de llegar a saber algo.
No podemos demostrar que Dios no existe, dice Dawkins, pero sí que su existencia es sumamente improbable. De hecho, después de una contradicción (cuya probabilidad es 0), lo más improbable sería Dios, de modo que podemos apostar tranquilamente la vida a que Dios no existe. Su inexistencia es casi segura.
El argumento de Dawkins se desarrolla como una crítica al argumento del diseño. Según el argumento del diseño, el orden y la complejidad que exhibe la naturaleza no puede ser el resultado del azar. Por lo tanto -afirma el argumento del diseño- debe haber un diseñador inteligente (Dios) que haya creado todo conforme a un plan.
A partir de aquí Dawkins procede por reducción al absurdo. Como es bien sabido -y nadie cuestiona de momento, ni siquiera los defensores del argumento del diseño- cuanta mayor es la complejidad de algo, tango menor es su probabilidad. Si lanzamos un montón de arena al viento es sumamente improbable que caiga al suelo formando un castillo de arena. Lo más probable es que caiga formando un montículo. Sin duda el montículo es menos complejo que un castillo de arena. Si vemos un castillo de arena por la playa, no pensaremos que se ha hecho al azar, sino que lo ha construido un ser inteligente. El argumento del diseño se remonta hasta Dios, que sería el diseñador inteligente último que ha diseñado toda la realidad. Sin embargo, este Dios, ¿no será él mismo más complejo que cualquier otra cosa del universo? Es más, puesto que es omnisciente, la cantidad de información que almacena será infinita, por lo tanto también su complejidad será infinita. De ahí se deduce que la probabilidad de que exista un ser tal es infinitamente cercana a 0. Dios es, por lo tanto, casi una contradicción.
Ante este argumento, lo único que los defensores del argumento del diseño pueden alegar es que Dios no es complejo, sino que es simple. ¿Qué argumentos dan a favor de la simplicidad de Dios? En realidad el único argumento que hay a favor de la simplicidad de Dios es que si no fuera simple, probablemente no existiría. No hay ningún argumento convincente a favor de la simplicidad de Dios; se trata de un dogma.
Ante esta situación, lo que Dawkins viene a decirnos es que la religión nos está ofreciendo el cielo, pero la letra pequeña es intolerable: para creer en sus postulados hay que ser sumamente irracional; interés que nos piden es demasiado alto. Y quizá, si después de todo Dios existe, tal vez valore más la prudencia racional que la fe ciega.
A partir de ahí, la religión no busca un argumento mejor que el de Dawkins, sino que se limita a rechazarlo como rechazan a la ciencia los astrólogos y los espiritistas. La religión empieza a comportarse como una pseudociencia cualquiera.