El valor de la filosofía
Aber sie sind, sagst du, wie des Weingotts heiliger Priester,
Welche von Lande zu Land zogen in heiliger Nacht.
Welche von Lande zu Land zogen in heiliger Nacht.
F. Hölderlin
[Pero ellos son, dices, como aquellos sacerdotes consagrados al dios del vino que, de tierra en tierra, erraban en la noche sagrada.]
El post La deriva filosófica -reseña de una conferencia acerca del lugar de la filosofía en la enseñanza- ha provocado en los comentarios una interesante polémica acerca de la enseñanza de la filosofía. Parte de las problemáticas relaciones entre la filosofía y la ciudadanía y se inició con el cuestionamiento del proceso de evaluación en la materia de filosofía, lo que derivó en una pregunta acerca del aprendizaje que se lleva a cabo en las clases de filosofía –entendemos por tal, la ética de 4º, y la filosofía de 1º y 2º bachiller-. Una polémica que culminó en el aparente dilema: aprender filosofía o aprender a filosofar.
Los defensores del aprender filosofía se han expresado con bastante radicalidad y claridad; han fundado su posición en la negación de la posibilidad de que se pueda enseñar o aprender a filosofar. Capacidad esta última, que parece comprenderse como una cierta habilidad o tendencia personal innata. Entrenable quizá pero no enseñable, dicen. Lo cual, me parece sencillamente falso: pues no veo que otra cosa puede ser aprender que potenciar, mejorar o afinar ciertas capacidad innatas, ni que otra cosa pueda ser enseñar sino dirigir y ayudar esa mejora o afinamiento. Al menos si entendemos por la enseñanza y el aprendizaje humano algo diferente del amaestramiento circense de animales -osos que bailan, caballos que realizan cálculos aritméticos, pulgas que...-. El filosofar, como un arte de pensar acerca de los fundamentos, es tan innato y tan objeto de aprendizaje y mejora como pueda serlo cualquier otro arte ; música, matemáticas, pintura.. efectivamente el músico –el músico excelente- debe poseer cualidades y talentos innatos, pero esto no niega ni la posibilidad, ni la necesidad, de la enseñanza. Esta enseñanza tiene unos elementos técnicos, formales, que además están plasmados en las composiciones fácticas e históricas. Y no pueden darse los unos sin los otros, aunque a efectos de enseñanza puedan disponerse en distintos órdenes para el entrenamiento sistemático.
Los defensores del aprender a filosofar (entre ellos me encuentro) reconocemos, no puede ser de otro modo, que esta actividad se ha plasmado, objetivado, en unas filosofías fácticas e históricas, estas obras efectivamente podrían ser objetos de pura contemplación externa como pueden serlo las obras artísticas por profanos, esta comprensión de la filosofía no carecería tampoco de valor, pues las ideas filosóficas se han encarnado a su vez en la historia, y están en la base y en los nervios de las distintas épocas históricas, por supuesto también de la nuestra. Por lo que su comprensión exige tener “noticias” filosóficas. Pero si el valor de la enseñanza de la filosofía se limitase a dar “noticias” filosóficas para comprender nuestra historia o nuestra sociedad, o a nosotros mismos, entonces no sería necesaria la materia de filosofía como tal, y su función la cumplirían igual -o quizá mejor- la educación para la ciudadanía, la psicología, la sociología, la historia, las ciencias para el mundo contemporáneo. Esta, creo, es la opinión de quienes parecen diseñar nuestros planes de enseñanza y por eso la tendencia (lógica, dada sus presupuestos) es diluirla como “noticias” dentro de cuerpos ajenos y en dosis tan mínimas que no quede ni rastro del amargo sabor original.
Pero la existencia independiente de una materia como Filosofía –y de una ética reflexiva- sólo puede justificarse desde el reconocimiento de su valor intrínseco, esto es, de su valor como lo que realmente es, como actividad –antes he caracterizado esa actividad como reflexión acerca de los fundamentos, sin duda puede mejorarse la definición, pero en lo esencial es correcta y suficiente para el objetivo que perseguimos-. La existencia como materia de estudio de la filosofía, de la música, de las matemáticas, de la biología... se justifica no por la necesidad de tener “noticias” respecto a su contenido, sino porque se consideran valiosas estas actividades y deseamos que sigan naciendo creadores , auténticos filósofos, matemáticos, biólogos, músicos –y como se recordó en un post anterior: la memoria es la madre de las musas.
Por eso no existe el dilema entre aprender filosofía o aprender a filosofar, los términos no se excluyen sino que se co-implican, aunque el polo de gravedad recae sobre la actividad: el filosofar o el pensar.
Los defensores del aprender filosofía se han expresado con bastante radicalidad y claridad; han fundado su posición en la negación de la posibilidad de que se pueda enseñar o aprender a filosofar. Capacidad esta última, que parece comprenderse como una cierta habilidad o tendencia personal innata. Entrenable quizá pero no enseñable, dicen. Lo cual, me parece sencillamente falso: pues no veo que otra cosa puede ser aprender que potenciar, mejorar o afinar ciertas capacidad innatas, ni que otra cosa pueda ser enseñar sino dirigir y ayudar esa mejora o afinamiento. Al menos si entendemos por la enseñanza y el aprendizaje humano algo diferente del amaestramiento circense de animales -osos que bailan, caballos que realizan cálculos aritméticos, pulgas que...-. El filosofar, como un arte de pensar acerca de los fundamentos, es tan innato y tan objeto de aprendizaje y mejora como pueda serlo cualquier otro arte ; música, matemáticas, pintura.. efectivamente el músico –el músico excelente- debe poseer cualidades y talentos innatos, pero esto no niega ni la posibilidad, ni la necesidad, de la enseñanza. Esta enseñanza tiene unos elementos técnicos, formales, que además están plasmados en las composiciones fácticas e históricas. Y no pueden darse los unos sin los otros, aunque a efectos de enseñanza puedan disponerse en distintos órdenes para el entrenamiento sistemático.
Los defensores del aprender a filosofar (entre ellos me encuentro) reconocemos, no puede ser de otro modo, que esta actividad se ha plasmado, objetivado, en unas filosofías fácticas e históricas, estas obras efectivamente podrían ser objetos de pura contemplación externa como pueden serlo las obras artísticas por profanos, esta comprensión de la filosofía no carecería tampoco de valor, pues las ideas filosóficas se han encarnado a su vez en la historia, y están en la base y en los nervios de las distintas épocas históricas, por supuesto también de la nuestra. Por lo que su comprensión exige tener “noticias” filosóficas. Pero si el valor de la enseñanza de la filosofía se limitase a dar “noticias” filosóficas para comprender nuestra historia o nuestra sociedad, o a nosotros mismos, entonces no sería necesaria la materia de filosofía como tal, y su función la cumplirían igual -o quizá mejor- la educación para la ciudadanía, la psicología, la sociología, la historia, las ciencias para el mundo contemporáneo. Esta, creo, es la opinión de quienes parecen diseñar nuestros planes de enseñanza y por eso la tendencia (lógica, dada sus presupuestos) es diluirla como “noticias” dentro de cuerpos ajenos y en dosis tan mínimas que no quede ni rastro del amargo sabor original.
Pero la existencia independiente de una materia como Filosofía –y de una ética reflexiva- sólo puede justificarse desde el reconocimiento de su valor intrínseco, esto es, de su valor como lo que realmente es, como actividad –antes he caracterizado esa actividad como reflexión acerca de los fundamentos, sin duda puede mejorarse la definición, pero en lo esencial es correcta y suficiente para el objetivo que perseguimos-. La existencia como materia de estudio de la filosofía, de la música, de las matemáticas, de la biología... se justifica no por la necesidad de tener “noticias” respecto a su contenido, sino porque se consideran valiosas estas actividades y deseamos que sigan naciendo creadores , auténticos filósofos, matemáticos, biólogos, músicos –y como se recordó en un post anterior: la memoria es la madre de las musas.
Por eso no existe el dilema entre aprender filosofía o aprender a filosofar, los términos no se excluyen sino que se co-implican, aunque el polo de gravedad recae sobre la actividad: el filosofar o el pensar.