La compasión y el sujeto trascendental

En el post anterior se ha sugerido la relación entre el sujeto trascendental y una ideología de estado que sustituye a la autentica filosofía –en tanto que actividad. Y si no es evidente que el sujeto trascendental deba derivar en una ideología de estado, es, sin embargo, posible que una ideología de estado deba recurrir al sujeto trascendental para justificarse a sí misma. No tengo claro lo uno ni lo otro. No veo cómo un análisis trascendental –entendido a la kantiana manera de un análisis acerca de condiciones de posibilidad- se relaciona con el dogmatismo, salvo que ese análisis nazca viciado en sus intenciones, de tal manera que no es un auténtico análisis racional sino un pura pantomima al servicio de apuntalar una ideología.

No está, sin embargo, reñido el sujeto trascendental con la compasión, tal y como yo entiendo este magnífico texto de Borges:



Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.
No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que anteanoche soñaste.
Ese hombre es Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las constelaciones, el hombre que erigió la primer pirámide, el hombre que escribió los hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a Samuel Johnson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la cámara letal, con el tiempo, tú y yo.
Un solo hombre ha muerto en Ilión, en el Metauro, en Hastings, en Austerlitz, en Trafalgar, en Gettysburg. Un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la alcoba del hábito y del amor.
Un solo hombre ha mirado la vasta aurora.
Un solo hombre ha sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas y de la carne.
Hablo del único, del uno, del que siempre está solo.

Jorge Luis Borges. El oro de los Tigres.