¿Qué es pensar? Segunda parte


Viene de ¿Qué es pensar? Primera parte

Estamos pensando y no sabemos responder a la pregunta ¿qué es pensar? De hecho todo cuanto hacemos es, de un modo u otro, pensar. Ni un sólo instante de nuestra vida dejamos de hacerlo, con mayor o menor conciencia de ello. Precisamente por eso, el hecho mismo de que no podamos responder de un modo convincente a la pregunta, debería ponernos sobre aviso. Tal vez, lo que creíamos cierto era una ilusión y en realidad no hemos pensado nunca. Quiero decir, no hemos pensado de un modo auténtico.
Me inicié en la lectura de poesía en mi adolescencia y no podía ser con otro poeta que con Gustavo Adolfo Bécquer. Aunque lo que me hizo interesarme por la literatura no fue al principio el goce estético, precisamente; al final mis espurios afanes fueron sustituidos por un gusto real por el arte. Recuerdo, de aquella época, el siguiente fragmento de un famoso poema:

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!

En el poema, el malogrado Bécquer advierte a su ex amante de que, aunque conocerá otros amores, ninguno será tan auténtico como el que él le ha profesado. Volverán a amarla, sí, pero no de verdad. En realidad es difícil encontrar a alguien que no haya amado jamás. Todos amamos, pero si nunca has amado “mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar” entonces no sabes qué es el amor, el amor de verdad, el auténtico. Puede que ocurra algo parecido con el pensamiento. Todos pensamos, pero quizá de un modo vulgar e inauténtico. Quizá hay un modo de pensar auténtico tal que si no hemos pensado de ese modo -pensado de verdad- nunca sabremos qué es pensar.

¿Qué es lo que hace que nuestro pensamiento sea más o menos auténtico, más o menos verdadero? Así, a bote pronto, se me ocurre que no es lo mismo darle una torta a un amigo que dársela a tu padre. Lo primero sin duda está mal, pero los amigos se pelean a veces y bueno, luego se dan la mano y ya está. Pero darle una torta a tu padre no es que esté mal, es que es una infamia. Lo que hace que una torta sea más grave que la otra, no es el hecho de darla, sino a quién se la das. ¿Por qué no va a valer para el pensar lo que vale para las tortas? Lo que envilece o engrandece el pensamiento es en qué se piensa. Si nuestro pensar cotidiano no es el auténtico pensamiento, es por culpa de las cosas en que pensamos cotidianamente. Que si tengo frío, que si llego tarde, que dónde estará el gato, que a qué hora hemos quedado, que si queda arroz con leche, que si me da cambio, por favor, que se me han quedado seis, que huele mal, que dos por cuatro es ocho y ocho dieciséis, que como yo te he querido no te querrán, que si ésto, que si aquéllo... Si me compro un televisor último modelo y le quito el color para ver la tele en blanco y negro, veré la tele, sí, pero no estoy aprovechando todas las posibilidades del aparato, su verdadera naturaleza me queda oculta. Del mismo modo esos pensamientos cotidianos no aprovechan toda la potencia del pensamiento y por lo tanto su verdadera naturaleza queda oculta.
Si queremos descubrir qué es pensar, tenemos que dejar de pensar en todo aquello de lo que nos ocupamos cotidianamente. Hay que pensar en algo que ponga toda nuestra capacidad de pensar en juego. Algo que no tenga nada que ver con todo lo que conocemos, algo que realmente dé que pensar.

¿Qué será eso que nos revelará la esencia del pensamiento y de lo que ahora no tenemos, literalmente, ni idea?

Continuará...