¿Qué es felicidad? 2ª Parte.


En el Diálogo entre Sócrates y la sacerdotisa Diótima, expreso mi idea de la felicidad por boca de Diótima, y veo un ejemplo de hombre feliz en la figura de Sócrates.

Esta concepción es heredera de Platón, pero del Platón que ha criticado su propia teoría de las ideas, del Platón consciente de que toda su filosofía es eso, (filo-sofía) una aproximación a la verdad, del Platón que sabe que su teoría de la razón, como la capacidad humana de descubrir el ser de las cosas, es un mito –un relato que no muestra ni demuestra la verdad, pero que tiene su duende, su chispa, y nos da que pensar, nos señala por dónde puede estar la verdad, un relato en el que no importa tanto la letra como el espíritu, esa chispa iluminadora que nos invita a ir más allá de la letra en pos de la verdad. Un relato, pues, meta-fórico. Para mi Platón la razón no es la capacidad de captar la esencia de las cosas, sino la de acercarse a ella progresivamente a través de los conceptos (dia-léctica), mediante la interpretación del lenguaje, con el fin de atraparlas, de definirlas, pero ellas, sutiles, terminan siempre por escapar. Esta labor, sin embargo, no es inútil, se trata de la gimnasia de la razón mediante la cual se va poniendo en forma, se va a aclarando y reconociendo.

Mi Platón entiende que de la prosperidad de esta razón (filo-sófica), de esta chispa, de este duende, depende ser feliz (Eudaimon).

La palabra, eudaimón, en su origen significa el que tiene un buen (Eu) daimon, que podemos traducir por duende, genio, espíritu; dios menor encargado por los dioses supremos de guiar nuestra trayectoria vital, y como la calidad del daimon se juzga por la calidad del trayecto, daimon recoge también el significado de destino. Este daimon empieza siendo independiente de la voluntad del hombre, es un regalo de los dioses. Heráclito pasa por ser el primero que lo racionaliza, que lo hace depender del hombre, cuando dice que su daimon es su ethos –carácter-, de modo que la calidad, la forma, del trayecto vital, de su vida, es la de su carácter. Platón concreta más e identifica el daimon con to logisticon, la capacidad racional, el elemento de nuestra alma que tiene un destino divino –por ser afín a lo divino, to theion. Así vemos como las connotaciones religiosas de la palabra eudaimon no se pierden al racionalizarse, sino que se asocian a la actividad racional, la palabra “feliz” no las tiene y aunque escojo a una sacerdotisa para exponer mi idea de la felicidad creo que con ello no he logrado evocarlas suficientemente.

Apartándome de toda concepción animista, considero, no obstante, que el sentimiento de felicidad está asociado al de una profunda gratitud a Dios por sentirse regalado, querido por él. En efecto, la razón no es completamente idéntica al yo como lo manifiestan dos hechos: uno, el acto de debilidad moral y el consiguiente arrepentimiento del yo, y dos, la consideración racional del otro como otro yo. Esta razón, este impulso hacia lo absoluto, este gusto por lo valioso, en tanto que ajeno a mí, cobra el aspecto de la atracción que lo absoluto ejerce sobre mí, de su acción enriquecedora, y lo absoluto se manifiesta como el benefactor absoluto, “la fuente de todos los valores”, de todos los bienes. El absoluto se revela Dios.

Esta revelación alcanza su máxima expresión en el dios que regala “algo más que el valor” , en el dios que se entrega totalmente a sí mismo, en ese dios exprimido y torturado hasta morir clavado con el corazón y los brazos abiertos. En este sentido la figura de Sócrates y de Cristo se contraponen. Sócrates es un indigente espiritual, no sabe nada y dedica toda su vida a satisfacer su hambre; el absoluto socrático, el dios de los filósofos, es como una bella mujer preocupada de sus propios encantos, que por todos se deja querer, pero que, por considerarlos indignos, a nadie se entrega. Por el contrario el absoluto cristiano es como el padre entregado al cuidado de sus hijos, como el padre que ama a sus hijos precisamente por considerarlos carentes de dignidad. Esto es la caridad. Y Cristo –al contrario que Sócrates- todo lo sabe, es el mismo Dios hecho hombre, y dedica toda su vida a satisfacer el hambre espiritual de los demás por caridad. Sócrates es un amante no correspondido, pero su amor es fruto del poder de seducción que sobre él ejerce lo amado; Sócrates actúa seducido, hechizado, por el encanto de lo amado y quiere ser correspondido. Por el contrario, Cristo es el amante que no busca ser correspondido, es la completa caridad, la entrega completa.

Así la felicidad, el estar seducido por lo valioso, la chispa de la vida, se manifiesta como el núcleo de la religiosidad. Sin la seducción de lo valioso no hay verdadero amor de Dios, ni auténtica caridad, pues no se puede entregar lo que no se tiene.

Esta, más que mi posición, es mi exposición de la idea de felicidad. Exposición muy imprecisa y ambigua que no pretende mostrar ni demostrar su esencia, tan sólo señalar por dónde puede estar.

Juan José Bayarri.

Gracias Felipe, por tu agudo, sugestivo, sugerente; por tu sabio, bello y buen comentario.