Análisis lógico de la esencia del Nihilismo.
El nihilismo es, en lo esencial, la creencia según la cual todo se acaba, se consume, se reduce finalmente a nada.
Esto tiene como presupuesto que todo se forma, se hace, se crea, primeramente a partir de nada. De lo contrario habría un pasado que no se acabaría nunca y haría imposible el presente, al suponer éste la regresión al infinito. Y si todo nace y muere, se crea y se destruye, entonces todo es temporal, nada es eternamente. Todo tiene una determinada duración en la que aparece y desaparece, siendo esta apariencia toda su realidad. Todo es fenómeno, nada es sustancial.
Para el nihilista, pues, nada es la sustancia, el sustrato permanente y eterno de todo, aquello de donde todo sale y va a parar, y por tanto, nada es atributo, nada se sustenta de la sustancia. Todo surge de nada, es decir, todo surge de sí mismo como absoluta imagen que sobre nada se proyecta. Nada es, pues, sustancia; nada determina los atributos. Todo es lo que se muestra, lo que ocurre, y en última instancia se muestra en sí mismo y para sí mismo, es decir, en nada y para nada; todo es porque sí, todo es como es; sin carencias, ni defectos, ni faltas. Todo es absolutamente fáctico, facticidad que excluye la responsabilidad; de todo nada responde.
Más aún, el nihilismo implica que todo no es sólo fenómeno, sino un fenómeno absurdo, y por tanto, irreal. En efecto, si todo surgiera de nada, de sí mismo, nada lo agotaría, nada lo consumiría, y sería eterno, perfecto y dichoso. Además, todo no puede surgir de sí mismo, porque entonces sería él mismo antes de nacer. Ni tampoco de la nada, porque “de donde no hay no se puede sacar”.
Finalmente, la concepción nihilista de todo como siendo un tiempo y no siendo una eternidad –como no siendo pero pareciendo ser- implica ,por absurda, que el ser y el porqué –sentido, significado, razón, “logos”- de todo son absolutamente trascendentes. Todo -fenómeno temporal- como no tiene su ser, su razón de ser, en él mismo, ni en nada, ha de tener el ser en algo “otro”, separado, diferente, que ha de tener el ser en sí mismo, que es por tanto eterno, perfecto, pleno de dicha y sentido que, no obstante, no se muestra, no se expone, sino que se oculta, se supone. El ocultamiento de este ser en sí imposibilita determinar cómo otorga su ser a todo, por qué lo crea y lo destruye, cómo lo sustenta; y asemeja todo a nada al “permanecer fuera” (éxtasis) de ambos. Pero nada es sin sentido; todo, un misterio. Todo depende, todo tiene necesidad del ser y del sentido del que se sustenta y que la razón humana no puede descubrir. Nada no.
Así, el nihilismo en cuanto afirma la nada de todo, también de la razón (Vanidad de vanidades. Todo es vanidad), prepara el camino al misticismo –creencia según la cual el ser en sí (el que es) se nos revela en una experiencia extática- y a su vez es reforzado por él: el misterio se diluye en éxtasis y la experiencia de la nada surge ante una razón fracasada en la búsqueda del ser en sí, de la inteligibilidad, bondad, felicidad.
Somos el tiempo. Somos la famosa
parábola de Heráclito el Oscuro.
Somos el agua , no el diamante duro,
la que se pierde, no la que reposa.
Somos el río y somos aquel griego
que se mira en el río. Su reflejo
cambia en el agua del cambiante espejo,
en el cristal que cambia como el fuego.
Somos el vano río prefijado,
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.
Jorge Luis Borges.