El positivismo de Comte y la boba de Clotilde

Un buen día de otoño el filósofo Auguste Comte conoció a Clotilde de Vaux y tal fue el influjo que esta mujer ejerció sobre él que incluso uno de sus más enérgicos lectores, John Stuart Mill, consideró que a partir de ese momento había un Comte bueno y un Comte malo. Y el malo era el de Clotilde. No quiero inquietarles a ustedes, pero quizá la influencia de esta dama se extienda hasta nuestros días. Quizá también nos ha hecho peores a nosotros o por lo menos más tontos.


Casi me parecería hermosa, si no adivinara en su rostro “marcado por la desgracia”, como decía Comte, cierto aire bobalicón. Escribía la criatura novelitas ñoñas y hasta unos poemas que recopiló bajo el título Pensamientos de una flor, lo que confirma mis sospechas, y conste que me sabe mal hablar así de los muertos.

Ambos habían estado casados anteriormente y ambos fueron abandonados por sus respectivos cónyuges. El marido de ella huyó agobiado por las deudas y la dejó sola y sin marido –con los tiempos que corrían- aunque todavía joven (conoció a Comte con 30 abriles). Yo diría, sin embargo, que él estaba peor; al parecer, su mujer, una tal Carolina Massin, tenía algún lío por ahí y probablemente tampoco estaba por la labor de aguantar las extravagancias de Comte, que entre genialidad y genialidad, tenía algún que otro acceso de locura. Desde luego las locuras de Comte no pasaban desapercibidas: con 28 años, el precoz filósofo no pudo terminar de impartir en su casa, ante una selecta audiencia, el que sería su Curso de filosofía positiva porque tuvo que ser ingresado en un psiquiátrico, del que salió blandiendo un papelito firmado por el famoso Dr. Esquirol, que decía que todavía no estaba curado (ignoro si llevaba también un embudo en la cabeza). Al poco intentó suicidarse tirándose desde un puente al río Sena, como debe ser, pero le salvó la vida un guardia que pasaba por allí. Lo del suicidio picaría, pero que encima sobreviviera colmaría el vaso, de modo que Carolina dijo que ya estaba bien y se fue con algún Monsieur. Tres años después, Comte conoció a Clotilde, y donde yo veo papanatismo, Comte veía benevolencia. Así es el amor.

No duró mucho. En apenas un año Clotilde murió tuberculosa en los brazos de su amado. Decía Comte que uno se puede cansar de pensar y de actuar, pero nunca se cansa de amar, y Comte amaría a Clotilde siempre, sin descanso, desproporcionadamente.



En la imagen vemos a Comte arrodillado frente al cadáver de Clotilde. A partir de ese momento no volvió a ser el mismo. Con lo que él había sido...

Comte es conocido por ser el fundador del positivismo, según el cual la ciencia ‘positiva’ es la única forma de comprender correctamente la realidad. La ciencia positiva se opone a la teología y a la metafísica, a las que considera formas de pensar inferiores. De hecho Comte pensaba que la humanidad había progresado a través de tres estados: el teológico primero, basado en la creencia en dioses y seres fantásticos; luego el estado metafísico, que sustituye a los dioses por entidades abstractas como causas finales, fuerzas, etc; y por último el estado positivo, en el que todo se basaría en los hechos observables, mondos y lirondos. Este estado positivo, en el que domina la ciencia sobre la teología y la metafísica, está por llegar, pues en ese momento, piensa Comte, lo que domina es la metafísica, de ahí el caos que –valga el oxímoron- reina en la sociedad.

Sólo cuando haya un estudio científico de la sociedad, se podrá organizar ésta con la seguridad y la precisión con la que un ingeniero construye un puente. El primer hecho que el físico social o sociólogo científico descubrirá es que el ser humano no es nada considerado individualmente, sino que sólo se entiende en relación con sus congéneres. El descubrimiento de la necesidad de todos esos vínculos sociales hará despertar en los hombres el altruismo necesario para mantener el orden. Pero para poder alcanzar el estado positivo es necesario extender la enseñanza de la ciencia positiva a todos los hombres, pero especialmente a los proletarios. La razón es que a los teólogos y a los metafísicos ya no se les puede enseñar ciencia porque están tan corrompidos intelectualmente que ya no hay quien les enseñe nada sin que protesten, especialmente los metafísicos, más aficionados a discutir. Los proletarios, sin embargo, son una tabula rasa, así que ciencia con ellos. Matemáticas primero, luego astronomía, física, química, biología y al final, sociología; así comprenderán científicamente, que no pueden hacer lo que les dé la gana, y no por la gloria de Dios, ni por el destino, sino por el bien de la Humanidad, que es el suyo.

Tras la muerte de la boba Clotilde, fascinado por la abnegación, el candor y la ‘benevolencia’ de su amada, tuvo una iluminación. En realidad se discute si la influencia de la boba ésta supuso una ruptura con lo anterior o sólo sacó la basura que ya había ahí implícita. Habrá que pensarlo. El caso era que Comte consideró que no era suficiente la ciencia para despertar el altruismo que por fin fundiría a toda la humanidad en un tierno abrazo. Era necesario algo más: el amor, el amor al prójimo, a sí mismo, a la Humanidad. Pero el amor no es una ecuación. ¿Cómo desatar ese amor universal, único fundamento de una sociedad pacífica? Hace falta algo más que ciencia, se necesita una religión. Pero tiene que ser una religión nueva, no basada en la teología ni en la metafísica, que no paran de malmeter, sino en la ciencia, que es objetiva y se acabó. Será una religión sin Dios, una religión de la Humanidad, el nuevo ‘Gran Ser’.

Lo de la religión no va en broma y Comte escribe hasta un catecismo positivista. Habrá templos dedicados a la Humanidad, habrá misas positivistas, santos positivistas (Galileo, Descartes y gente así, que está muy bien), rituales positivistas, sacramentos positivistas, oraciones positivistas, etc. Los proletarios serán los nuevos feligreses y a las mujeres les está reservado un importante rol. Se conoce que la boba Clotilde, que creía que ‘no hay placer mayor que la abnegación’, le hizo descubrir a Comte en el género femenino una dimensión esencialmente sentimental; la madre, la esposa, la hija, son figuras entregadas al cuidado del hijo, del esposo y del padre, y ese cuidado, basado en el amor, sin mediación intelectual, es el fundamento del progreso ordenado de la Humanidad. Por ello las mujeres serán las intermediarias entre el ‘Gran Ser’ (la Humanidad) y el individuo, serán las sacerdotisas positivistas, sin las cuales los hombres serían condenados a la soledad y la guerra dejándolo todo perdido de silogismos vacuos. Y Santa Clotilde será venerada como una Virgen.

La gente sensata, como Stuart Mill, abandonaron aquí a Comte y se quedaron con la simple defensa de la ciencia, sin pasar a mayores. Pero como siempre hay un roto para un descosido, hubo quien secundó las ideas religiosas de Comte y todavía hoy hay por ahí alguna Iglesia de la Humanidad como la de la foto, que está en Brasil, cuya bandera, por cierto, también es de inspiración positivista.

“El amor por principio, el orden por base y el progreso por fin” ese era el lema de la religión de la humanidad, adornando el templo, y los pilares de la humanidad en las escaleras. Pero la procesión va por dentro… y si no vean la capilla de la Humanidad que hay en París:


El detalle del altar. ¿Adivinan quién es?


Y esto es el calendario con todos los santos-sabios (creo adivinar a Descartes en el centro):

Y si visitan ustedes esta página web, podrán ver estampitas como ésta, en la que podemos observar a Comte descubriendo la Ley de los tres estados:



Afortunadamente parece que se han dejado de construir templos positivistas, aunque recientemente hay indicios como ÉSTE que apuntan a una renovada fe en la tonta de Clotilde, cuya influencia puede que sea más profunda de lo que pensamos, pero eso es cosa de otro post, que éste ha salido muy largo.

¿Un bautizo positivista?