Nota sobre la naturaleza de la belleza musical
La música, o mejor dicho, ciertas composiciones musicales me han proporcionado momentos muy felices debido, qué duda cabe, a la contemplación de su belleza. Así es; la belleza no puede ser escuchada. Más tampoco puede ser mirada, ni mucho menos tocada, olfateada o saboreada. La sensibilidad de los sentidos no basta para captarla, pues ella afecta a lo más profundo de nuestro ser, a nuestro pathos .
Algunos sonidos son gratos al oído, pero la matización “al oído” indica una limitación, una relativización que la belleza no tiene. Los sonidos no son bellos, como no lo son los colores, los olores, los sabores, ni ningún tipo de sensación relativa a los sentidos corporales, porque la belleza no es percibida por estos, sino con su ayuda. No es suficiente con tener oído, ni siquiera oído atento, para “ver” la belleza de una obra musical, ya que no reside en el sonido de los instrumentos que se utilicen para re-presentarla. Un espíritu musicalmente formado es capaz de apreciarla más o menos entendiendo la partitura y puede representarla con instrumentos diferentes. Por tanto la belleza de una composición musical es independiente de su representación. Ésta, en la medida que sea una buena representación, nos permite percibirla mediante el oído. Analizando pues la naturaleza de la composición musical misma quizá podamos comprender donde radica su belleza.
Toda composición musical siempre tiene ritmo y casi siempre melodía -una o incluso varias que armonizan entre sí.
El ritmo tiene su gracia, pero por sí solo no alcanza a expresar belleza; es demasiado formal, demasiado abstracto y vacío. Piénsese que las composiciones musicales pueden ser muy diferentes aunque tengan el mismo ritmo. En cambio, cuando una melodía es expresada en ritmos diferentes éstos no determinan obras diferentes, sino versiones de la misma obra musical. Por consiguiente la melodía es su identidad, su esencia, y la belleza de la composición musical es fundamentalmente la de su melodía –en caso de tener varias la de la más bella, a la que las otras sirven de adorno. Sin melodía la composición musical queda reducida a un artificio carente de inspiración a medio camino entre el ruido y la música. La melodía es tan esencial a la música que si se prescinde de ella “brilla por su ausencia”. Por eso las piezas musicales en las que la melodía se reduce al mínimo –por ejemplo el rap- expresan lo ramplón. Si, como parece, la belleza de la música consiste fundamentalmente en la belleza de su melodía, entonces hay que comprender la naturaleza de ésta para comprender en qué consiste su belleza.
Dado que la melodía se compone de notas musicales, y que el acorde se define correctamente como un conjunto de notas diferentes que al sonar simultáneamente armonizan –forman una unidad de tono-, pudiera creerse que la melodía se define correctamente como un conjunto de notas sucesivas que tienen cierta coherencia, que constituyen una unidad. Ésta es, sin embargo, una definición puramente nominal, mientras que aquella (la definición de acorde) es una definición real.
Efectivamente, la definición del acorde es una definición real porque expresa su naturaleza; un sonido de un solo tono compuesto por otros sonidos cada uno de distinto tono. De modo que poseyendo un buen oído y conociendo esta definición podemos reconocer, identificar, un sonido como un acorde. En cambio la definición de la melodía no nos muestra su naturaleza, no nos dice en qué consiste esa coherencia, esa unidad, de notas sucesivas. La unidad de una sucesión de notas no es la de un sonido –como en el caso del acorde- no puede ser percibida con el oído que solo siente lo presente. En tanto que sucesión su percepción requiere además la intervención de la memoria “madre de las musas”, pero ella nada sabe de coherencia, de unidad. Así, basándonos, únicamente en el oído, la memoria y el conocimiento de esta definición no podríamos reconocer una sucesión de notas como una melodía. El hecho es que la reconocemos y de hecho sabemos que cierta sucesión de notas está acabada, forma un todo completo y uno, porque la reconocemos como melodía. Es el carácter de melodía que posee la sucesión en lo que consiste su unidad. Por lo que definir la melodía como una sucesión de notas que forman unidad, no es más que decir que una melodía es una sucesión de notas que forman una melodía; el término que se quiere definir se supone en la definición y por tanto queda sin definir. Es una definición nominal porque no expone la naturaleza, la esencia, de lo definido, sino que la supone y se limita a darle un nombre identificándola por su resultado; ese tipo o esa clase de ordenación temporal de notas que de elementos las trasfigura en momentos suyos, eso es a lo que llamamos melodía. Tal definición sería completamente ininteligible si no tuviésemos experiencia del fenómenos de la melodía. Tal vez se nos muestre mejor la naturaleza de este fenómeno atendiendo a su origen.
No hay melodías naturales. No canta el pájaro, ni el grillo, ni la cigarra. En sentido estricto solo el hombre canta. En realidad tan peculiar del hombre es concebir ideas o definiciones como melodías. Incluso podemos decir que las melodías, en tanto que son concebidas, en tanto que conceptos, son ideas, definiciones musicales que reducen a unidad una serie de notas, como cualquier definición o idea. Pero la unidad de la definición verbal es la expresión de significado que denota (que describe) un estado de cosas, según el cual resulta ser verdadero o falso, mientras que la unidad de la melodía es la manifestación de un significado que connota (evoca, revive) un estado del ánimo, del gusto, del pathos -de la sensibilidad profunda e interior, diferente de la más superficial y exterior de los sentidos- según el cual resulta ser (el significado) más o menos bello.
La belleza de la melodía consiste pues en su significado empático, en su capacidad para evocar un estado de ánimo que el concepto lógico sólo puede apuntar describiendo sus motivos o consecuencias, esto es denotando el estado de cosas asociado al estado de ánimo.
Así, en la música el espíritu trasmite de la forma más directa e inmediata su ánimo, su pathos. Por eso de todas las artes es, sin duda, la más conmovedora, la más patética.
Juan José Bayarri.