El hombre de los zapatos blancos.
“ despierte el alma dormida....
No ha sido éste uno de mis veranos más lectores, pero tampoco ha sido del todo desaprovechado. Con mucho retraso, aunque lo conocía ya de las clases de literatura en el instituto, al final del verano ha llegado a mis manos El Jarama de Sánchez Ferlosio. Quise empezar las vacaciones allá por Julio con Reivindicación del Conde Don Julián de Juan Goytisolo, pero me cayó de las manos -aún me quedan días para intentarlo-.
Sin embargo, he tenido la suerte de dar con Sánchez Ferlosio y durante un fin de semana he vuelto a disfrutar de la mejor literatura; de un poema de trescientas páginas. No tiene mucho sentido presentar ni hacer la crítica de una novela que fue Premio Nadal en 1955, me contentaré con apuntar algunas sensaciones suscitadas por un texto escrito cincuenta años antes y que quizá debería haber leído hace al menos veinticinco. El libro comenzó a interesarme por el lenguaje, así como por la situación descrita; no era difícil reconocer experiencias propias, uno no es de la posguerra, pero a finales de los sesenta y principios de los setenta la España rural no había cambiado tanto respecto a la referida en la novela, si a eso sumamos el testimonio de padres y abuelos el marco espacio- temporal me era lo suficientemente familiar y lo bastante ajeno para resultarme fatalmente atractivo, al más puro estilo del ideal platónico: como recordatorio y como descubrimiento. Más allá del testimonio sociológico y de las complejas tipologías humanas, el texto se va impregnando de intemporal poesía: las descripciones naturales y paisajísticas, los buitres en círculo del mediodía, los matices de luz con el paso de las horas, la luna sorpresiva y enigmática, las cercanas y nocturnas “galaxias”, los ánimos diversos y cambiantes.....el destino o el azar.
La medianoche nos sorprende con la gran nostalgia.
Sin embargo, he tenido la suerte de dar con Sánchez Ferlosio y durante un fin de semana he vuelto a disfrutar de la mejor literatura; de un poema de trescientas páginas. No tiene mucho sentido presentar ni hacer la crítica de una novela que fue Premio Nadal en 1955, me contentaré con apuntar algunas sensaciones suscitadas por un texto escrito cincuenta años antes y que quizá debería haber leído hace al menos veinticinco. El libro comenzó a interesarme por el lenguaje, así como por la situación descrita; no era difícil reconocer experiencias propias, uno no es de la posguerra, pero a finales de los sesenta y principios de los setenta la España rural no había cambiado tanto respecto a la referida en la novela, si a eso sumamos el testimonio de padres y abuelos el marco espacio- temporal me era lo suficientemente familiar y lo bastante ajeno para resultarme fatalmente atractivo, al más puro estilo del ideal platónico: como recordatorio y como descubrimiento. Más allá del testimonio sociológico y de las complejas tipologías humanas, el texto se va impregnando de intemporal poesía: las descripciones naturales y paisajísticas, los buitres en círculo del mediodía, los matices de luz con el paso de las horas, la luna sorpresiva y enigmática, las cercanas y nocturnas “galaxias”, los ánimos diversos y cambiantes.....el destino o el azar.
La medianoche nos sorprende con la gran nostalgia.
Todo nos dijo adiós, todo se aleja..
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
Y sin embargo hay algo que se queja
Jorge Luis Borges
Y sin embargo hay algo que se queda
Y sin embargo hay algo que se queja
Jorge Luis Borges